
Los que vivimos en el extranjero hacemos y perdemos amistades continuamente. Unos regresan a su país de origen, otros se trasladan a un país nuevo; algunos se van porque se separan de su pareja, otros se van para separarse de ella; algunos buscan un ascenso profesional, o quieren empezar una etapa nueva en una ciudad distinta, que los estimule como lo hizo la ciudad donde llegaron hace unos años y que ahora dejan.
Conocer a gente nueva es sencillo, o al menos lo es en ciudades como en la que vivo yo, Nueva York, porque siempre llega gente, de España y de todos los rincones del mundo. Lo que no es tan fácil es forjar una amistad sólida, crear complicidad y confianza, porque eso lleva tiempo..
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman hablaba de la modernidad líquida: en la sociedad actual, como resultado de la globalización y del consumo, prima el individuo por encima del colectivo, el deseo por encima de la necesidad, y las relaciones personales son pasajeras. Vivir en un lugar tan dinámico como Nueva York puede hacer que notes más esa liquidez: todo fluye, pasa y cambia, hasta el punto que sientes como si estuvieras levitando. Desde Manhattan te comunicas con amigos que ahora viven en Viena, Barcelona o Nueva Dheli, y cuando terminas de hablar con ellos no sabes dónde estás.
La gente a la que has conocido y que se ha ido sigue en contacto contigo gracias a la tecnología, pero, ¿es eso una verdadera amistad?
Podría decirse que sí, tiene que decirse que sí, porque compartís lo que os pasa, hacéis planes juntos, pero no los sientes igual que si estuvieran cerca. La videoconferencia es la forma más parecida a la interacción presencial, la que proporciona sensaciones similares. Pero, ¿cuánto nos aporta una conversación por mensaje de texto? A veces te parece que no ha ocurrido, crees que si alguien te preguntara si esa amistad fue verdadera y el otro la negara solo quedaría tu palabra y no serviría de nada.
Esa sensación de no realidad se debe a que la comunicación escrita no deja una impronta tan fuerte como la oral: a pesar de que cada persona tiene una forma única de emplear la lengua, que es su idiolecto, el mensaje escrito se percibe de un modo menos personal, porque no contiene tantas marcas inequívocas de identidad.
Según algunos, la comunicación virtual puede ser más deshonesta que la presencial, sobre todo si las respuestas no son instantáneas
Algunos investigadores sostienen que las amistades virtuales, desde un punto de vista moral, son una forma inferior de intercambio social, si se parte de la definición aristotélica de amistad. Según el filósofo griego, la versión más valiosa de amistad es la que está basada en la admiración mutua (no simplemente en el placer o la necesidad), y para que suceda ese tipo de amistad se tienen que dar varias condiciones: que las dos personas reconozcan esa relación, que dialoguen sobre una variedad de temas, sencillos y complejos, y que la admiración que sienten se deba a las virtudes que reconocen en el otro.
Según algunos, la comunicación virtual puede ser más deshonesta que la presencial, sobre todo si las respuestas no son instantáneas; por tanto, este tipo de amistad no tiene el mismo valor que la presencial. Irónicamente, está desvirtuada. Otros defienden que sí se pueden entablar buenas amistades por medio de internet o, al menos, conservar las que se habían consolidado presencialmente.
Quizás pronto lo más habitual, especialmente para los ciudadanos nómadas, sean las relaciones holográficas
Sea como sea, parece probable que la tendencia a tener amistades en línea aumentará, porque llenan un vacío, porque estamos perdiendo la habilidad de interactuar en persona y porque cada vez hay más movilidad: la cantidad de gente que vive en un país que no es el suyo casi se ha duplicado desde el año 2000, hoy en día es un 3% de la población mundial.
Quizás pronto lo más habitual, especialmente para los ciudadanos nómadas, sean las relaciones holográficas: con la imagen tridimensional de nuestro interlocutor. Y si se trata de nuestra pareja, como no estará con nosotros físicamente quizás busquemos a otra, una cercana, que competirá con la virtual para conseguir toda nuestra atención, our undivided attention, qué expresión tan acertada en inglés. Y cada uno de los dos aportará algo, y no querremos prescindir de ninguno, porque uno nos brindará la posibilidad de hablarle cuando queramos y el otro la proximidad física cuando la necesitamos.