Todo empezó con la rocambolesca operación de compraventa de una casa rectoral de la Iglesia en Paraños, una pequeña aldea en el interior de Pontevedra. Los vecinos se enteraron de que el Obispado de Tui había vendido a sus espaldas el inmueble que habían contribuido a mantener con sus ahorros. El precio oficial fue de 60.000 euros en 2008 y el comprador, un viejo conocido de la Diócesis, Carlos Gómez Gil, técnico entonces de la Consejería de Cultura que decidía las subvenciones para restaurar patrimonio eclesiástico. A la casa típica de aldea, sus nuevos moradores le añadieron una piscina y un porche tras restaurarla de arriba a abajo.
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